La primera vez que escuché hablar del HDR pensé que me iba a cambiar la vida. Que las pelis por fin se verían como en el cine, que los colores iban a ser tan reales que me iba a manchar los dedos al tocar la pantalla, y que las sombras tendrían más detalle que una fotografía de National Geographic. Iluso de mí. Lo cierto es que, aunque el HDR puede ser una maravilla cuando se implementa bien, en muchos televisores –especialmente en los de gama media y baja– es más bien una fuente de frustraciones, ajustes imposibles y decepciones visuales.
Porque sí, lo que en teoría debería ser una mejora brutal en el contraste y la luminosidad, en la práctica a menudo se convierte en una lotería. Te compras una tele nueva, bien feliz, ves el logotipo de “HDR10” en la caja y piensas: “Ahora sí que sí”. Pero en cuanto pones una escena oscura de alguna serie de moda en Netflix, te encuentras con una imagen apagada, sin fuerza, y con unos negros que parecen grises lavados. Vamos, que te entran ganas de volver al SDR de toda la vida y dejarte de modernidades.
Y no es que el HDR sea malo per se, ni mucho menos. El problema está en cómo lo aplican algunos fabricantes. Hay teles que técnicamente «soportan HDR», pero que lo procesan tan mal que acaban empeorando la imagen en lugar de mejorarla. Y eso, sinceramente, es algo que saca de quicio. Aquí va un desahogo personal –y seguramente compartido por muchos– sobre esas cosas que hacen que el HDR, en ciertos televisores, sea una experiencia mucho más amarga que dulce.
Cuando el HDR es más un estorbo que una mejora
Una de las cosas que más me cabrea es cuando el televisor simplemente no tiene suficiente brillo para mostrar HDR de forma realista. Para que el HDR funcione bien, hacen falta picos de luminosidad elevados, por encima de los 600, 800 o incluso 1000 nits. Pero muchas teles, especialmente las más asequibles, se quedan en los 300 o 400.
Resultado: las luces que deberían brillar con fuerza quedan apagadas, y los detalles en zonas claras se pierden. Lo que debería ser un festival de luz y color, acaba pareciendo una imagen lavada. Así no hay quien se emocione con un atardecer en 4K.
Otro clásico: la incompatibilidad entre formatos. Que si HDR10, que si Dolby Vision, que si HDR10+, que si HLG… cada servicio de streaming usa uno, cada tele soporta otro, y tú en medio intentando entender por qué en Disney+ se ve bien y en Amazon Prime la misma serie parece grabada con una patata.
Encima, cuando el tele no reconoce bien el formato, hace un «mapeado de tonos» que deja mucho que desear. Vamos, que tú quieres ver una película tal y como la pensó el director, pero acabas viendo una interpretación libre de la electrónica de tu televisor. Y eso, si eres mínimamente exigente, te pone de los nervios.
Y hablando de tone mapping… esa es otra guerra. Cada marca tiene su manera de reinterpretar el contenido HDR cuando su panel no puede con los requisitos originales. Algunas hacen un recorte bestial en las zonas brillantes, otras levantan los negros artificialmente… al final, te pasas más tiempo ajustando modos de imagen que disfrutando del contenido.
Y sí, hay veces que parece que mejora, pero otras muchas te das cuenta de que, incluso con HDR activado, la imagen ha perdido naturalidad, profundidad y coherencia. Como si estuvieras viendo una versión beta de la película.
También me molesta profundamente ese efecto tan común en algunos modelos en el que, al detectar contenido HDR, la tele oscurece toda la imagen de forma automática. Sí, es un algoritmo de atenuación global para mejorar el contraste… pero lo que consigue es que no veas nada. Literalmente.
Escenas oscuras que en SDR se ven perfectamente, en HDR parecen sacadas de un túnel sin salida. Y no hay ajuste que lo salve. Apagas la luz, cierras cortinas, y aún así todo sigue demasiado oscuro. Acabas subiendo el brillo manualmente, lo cual va contra la lógica del HDR, que debería gestionar eso solo. Y lo peor: algunas teles ni siquiera te dejan tocar esos parámetros sin desactivar el HDR del todo.
Y para rematar, el tema del marketing vacío de contenido. Las cajas de los televisores están llenas de logos HDR: que si HDR10, HDR10 Pro, HDRi, Ultra HDR, Quantum HDR, HDR este, HDR el otro… Pero luego resulta que todos esos sellos lo único que garantizan es que “aceptan la señal”, no que la reproduzcan bien. Es como si te dicen que puedes tocar el piano porque tienes uno en casa.
Luego vas a reproducir una escena compleja y te das cuenta de que el panel no tiene el brillo, ni el contraste, ni la profundidad de color necesarios para mostrar lo que realmente debería verse. Una tomadura de pelo en toda regla.
En fin, que no todo lo que lleva la etiqueta HDR es oro. Hay televisores que lo hacen genial, sí, pero también hay muchos –demasiados– que lo implementan de forma mediocre o directamente nefasta. Y lo peor es que, a ojos del consumidor medio, todos parecen ofrecer lo mismo. La experiencia HDR debería ser un salto de calidad visual, un “wow” inmediato. Pero en demasiados casos, lo único que provoca es frustración, ajustes infinitos y ganas de apagar la tele.
Así que sí, odio estas cinco cosas del HDR en ciertos televisores. No porque no me guste la tecnología –todo lo contrario–, sino porque sé lo bien que puede llegar a funcionar… y por eso mismo me enfada tanto cuando la experiencia no está a la altura.