Llevamos años escuchando lo mismo: “este televisor es más brillante que el anterior”. Primero fueron los 1.000 nits, luego 2.000, después 3.000… y en 2025 ya hemos llegado al punto de televisores que presumen de rozar los 5.000 nits. Y claro, llega un momento en el que uno se sienta en el sofá, mira la tele y piensa: ¿pero esto a dónde va?
Porque el brillo es importante, nadie lo discute. El HDR existe por algo y bien usado es una maravilla. El problema es cuando el brillo se convierte en un fin en sí mismo, en una cifra para la ficha técnica y el cartel de marketing. Ahí es donde empieza a sonar esa musiquilla peligrosa de esto ya lo hemos vivido antes.
Y sí, aquí la comparación con la música es inevitable. ¿Os acordáis de la famosa loudness war? Discos cada vez más altos, más comprimidos y más agotadores de escuchar. El ejemplo clásico es Death Magnetic de Metallica: sonaba fuerte, sí, pero también plano, sin aire y cansino. Pues con los televisores puede pasar algo parecido si seguimos empujando el brillo sin control. 2025 ha sido el año en el que muchos hemos empezado a verlo claro.
2025: un año tecnológicamente brutal… pero con el pie demasiado cerca del acelerador

Ojo, que nadie se equivoque: a nivel tecnológico, 2025 ha sido una auténtica barbaridad. Uno de los mayores saltos que hemos visto en años ha llegado de la mano de los nuevos paneles Primary RGB Tandem OLED de LG Display. Aquí no hablamos de un pequeño ajuste, sino de un cambio profundo en la estructura del panel OLED, pasando a una configuración de cuatro capas que permite mucho más brillo y colores más puros.
Modelos como la LG OLED G5, la Panasonic Z95B o los nuevos OLED de Philips han dejado claro que el OLED ya no tiene complejo ninguno frente al LCD. Según el fabricante, hablamos de picos que pueden llegar hasta los 4.000 nits en condiciones muy concretas. Hace nada estábamos celebrando los 1.500 nits como si fueran el Santo Grial. Hoy eso ya casi parece poco.
Pero mientras tanto, los LCD han ido a lo loco. TCL e Hisense han llevado el MiniLED a otro nivel, aumentando zonas, afinando el control de la retroiluminación y reduciendo el blooming como nunca antes. En escenas oscuras, la mejora frente a generaciones anteriores es enorme, y cada vez cuesta más diferenciar un buen Mini LED de un OLED en determinados contenidos.
Y por si faltaba algo, este 2025 también nos ha enseñado el futuro en forma de RGB MiniLED o Micro RGB. Retroiluminación con LEDs rojos, verdes y azules independientes. ¿El resultado? Una imagen que te deja con la boca abierta: brillo brutal, colores espectaculares y una sensación de impacto impresionante. ¿El problema? Los precios son directamente de ciencia ficción, con cifras que se van fácilmente a los cinco dígitos. Es tecnología de escaparate… por ahora.
Vale, pero… ¿de verdad necesitamos tanto brillo?

Y aquí es donde viene la reflexión tranquila, la de sofá y mando en mano. Porque sí, todo esto es impresionante, pero conviene parar un segundo. El contenido HDR actual se masteriza como mucho a 4.000 nits. Si ya tenemos televisores capaces de llegar ahí (o incluso superarlo), ¿qué ganamos subiendo más?
En un salón muy luminoso, con el sol entrando a saco, ese extra de brillo puede venir bien. Pero en un entorno normal, demasiado brillo puede ser incluso incómodo. No todo tiene que deslumbrar. No todo tiene que pegarte un fogonazo en la cara. El HDR va de contraste, de matices, de pequeños detalles que destacan… no de ir con el brillo al once todo el rato.
El peligro es claro: brillo por el brillo, igual que pasó con el volumen en la música. Y ya sabemos cómo acaba eso: imágenes más agresivas, menos naturales y cansancio visual. Porque una tele que grita constantemente no es una tele mejor.
Al final, la clave no está en cuántos nits puede anunciar un fabricante en grande, sino en si el televisor sabe cuándo apretar y cuándo levantar el pie. En si usa ese brillo para dar un golpe de efecto puntual o si lo suelta a lo loco sin ningún criterio. Ahí es donde se nota una buena tele de una simplemente “muy brillante”.
Puede que 2025 no haya sido todavía el momento Death Magnetic de los televisores, pero sí ha sido el aviso serio. A partir de aquí, más que seguir inflando números, lo que toca es mejor procesado, mejor contraste y más cabeza. Porque cuando el brillo se usa bien… ahí sí que la imagen te deja clavado al sofá.




