Hay un momento muy concreto que casi todos los que tenemos un equipo de sonido en casa hemos vivido alguna vez. No es cuando algo deja de sonar de golpe, sino cuando empiezas a notar que tu altavoz ya no responde como antes. No has cambiado nada, no estás haciendo nada distinto, pero hay algo que no encaja. Un grave que vibra más de la cuenta, una voz que ya no suena tan limpia o un ruido raro que antes no estaba ahí y ahora aparece de vez en cuando.
Lo peligroso de esta situación es que solemos normalizarlo. Pensamos que será la grabación, que será la sala, que será cosa nuestra… y seguimos tirando. El problema es que los altavoces, como cualquier componente mecánico, avisan antes de fallar del todo. Rara vez mueren de repente. Antes empiezan a dar pequeñas señales que te están diciendo que algo no va bien. Y si no sabes distinguir entre lo normal y lo preocupante, puedes acabar forzando el altavoz hasta cargártelo del todo o, peor aún, afectar al resto del equipo.
Por eso es importante tener claro qué ruidos entran dentro de lo esperable y cuáles son una señal clara de alarma, porque no todo sonido feo significa avería, pero hay otros que no deberías escuchar jamás en un sistema de sonido mínimamente sano.
No todo sonido raro significa que el altavoz esté roto

Vamos a empezar quitando miedos innecesarios, porque aquí es donde más confusión hay. Muchos altavoces actuales utilizan diseños bass-reflex o radiadores pasivos para poder ofrecer más grave del que, por tamaño, les correspondería. Esto tiene ventajas claras en pegada y presión sonora, pero también un peaje: cuando les aprietas un poco, pueden aparecer ruidos de aire y cierta distorsión.
Ese soplido, ese bufido o esa sensación de que el altavoz “respira” no es bonito, pero es normal cuando se le exige más de la cuenta. Lo mismo ocurre con los radiadores pasivos: si los llevas al límite, pueden sonar algo descontrolados. No es elegancia, es física pura.
Aquí la clave es muy sencilla y conviene grabársela: si bajas el volumen y el sonido vuelve a ser limpio, no hay avería. Has llegado al límite lógico del diseño y ya está. El problema empieza cuando esos ruidos aparecen a volúmenes moderados o cuando antes no estaban ahí.
El ruido metálico: cuando el altavoz te está diciendo “para ya”
Hay un sonido que no admite discusión ni matices, y ese es el ruido metálico. Ese golpe seco, ese “clack” o “toc” que suena claramente a metal chocando no es la grabación ni es la sala. Es el altavoz llegando a su límite físico.
Cuando esto ocurre, el conjunto móvil ya no puede moverse más y empieza a golpear donde no debe. Técnicamente se conoce como bottoming out, pero en la práctica es el altavoz diciéndote que lo estás forzando demasiado. Si pasa una vez, ya es una advertencia muy seria. Si empieza a repetirse, el altavoz está literalmente pidiendo auxilio.
Seguir usándolo así no es exprimirlo, es acortar su vida útil a pasos agigantados.
Distorsión a volúmenes normales: aquí ya no hay excusas

Otra señal bastante clara de que algo no va bien es cuando un altavoz empieza a distorsionar sin que le estés pidiendo nada exagerado. No hablamos de ponerlo a tope, sino de volúmenes que antes manejaba sin despeinarse. Las voces empiezan a sonar rasposas, los graves pierden control y la sensación general es de sonido sucio.
Esto suele indicar que alguno de los elementos mecánicos ya no está trabajando como debería: la bobina, la suspensión o incluso el propio cono. Y aquí conviene ser realistas: cuando un altavoz entra en esta dinámica, lo normal es que vaya a peor, no que se arregle solo.
El ruido metálico: cuando el altavoz te está diciendo “para ya”
Hay un sonido que no admite discusión ni matices, y ese es el ruido metálico. Ese golpe seco, ese “clack” o “toc” que suena claramente a metal chocando no es la grabación ni es la sala. Es el altavoz llegando a su límite físico.
Cuando esto ocurre, el conjunto móvil ya no puede moverse más y empieza a golpear donde no debe. Técnicamente se conoce como bottoming out, pero en la práctica es el altavoz diciéndote que lo estás forzando demasiado. Si pasa una vez, ya es una advertencia muy seria. Si empieza a repetirse, el altavoz está literalmente pidiendo auxilio.
Seguir usándolo así no es exprimirlo, es acortar su vida útil a pasos agigantados.
Distorsión a volúmenes normales: aquí ya no hay excusas
Otra señal bastante clara de que algo no va bien es cuando un altavoz empieza a distorsionar sin que le estés pidiendo nada exagerado. No hablamos de ponerlo a tope, sino de volúmenes que antes manejaba sin despeinarse. Las voces empiezan a sonar rasposas, los graves pierden control y la sensación general es de sonido sucio.
Esto suele indicar que alguno de los elementos mecánicos ya no está trabajando como debería: la bobina, la suspensión o incluso el propio cono. Y aquí conviene ser realistas: cuando un altavoz entra en esta dinámica, lo normal es que vaya a peor, no que se arregle solo.
El roce al mover el cono: una pista bastante clara (con cuidado)

Si quieres salir de dudas y el altavoz lo permite, hay una prueba muy simple que suele ser bastante reveladora. Siempre con el equipo apagado y solo en el woofer, presiona el cono con cuidado y de forma uniforme, sin apretar ni forzar. Si el movimiento es suave y silencioso, buena señal. Pero si notas un raspado o una fricción interna, la bobina está rozando con el imán.
Cuando esto ocurre, el altavoz ya está dañado. Puede seguir sonando, sí, pero cada vez peor y con más riesgo de fallo definitivo.
La ecualización mal hecha también pasa factura
Aquí hay que decirlo claro, porque es un error muy habitual. La ecualización no está para subir graves sin control, sino para corregir problemas recortando picos. Cuando intentamos rellenar valles a base de subir frecuencias que la sala se come, lo único que hacemos es forzar al altavoz.
Un pequeño ajuste no es el fin del mundo, pero subir varios decibelios en graves exige mucha más excursión y mucha más potencia. Y ahí es donde empiezan los problemas. No es casualidad que muchos golpes metálicos y distorsiones aparezcan justo después de tocar la ecualización.
Ojo con las cajas pasivas y el amplificador
Este punto es importante y muchas veces se pasa por alto. Una caja pasiva dañada no solo suena mal, también puede provocar comportamientos anómalos en el amplificador. Una bobina rozando, un driver quemado o una impedancia que se va de madre puede hacer que el ampli se caliente más de la cuenta, entre en protección o trabaje fuera de lo normal.
Por eso, si una caja pasiva está claramente dañada, lo más sensato es desconectarla del sistema y no seguir utilizándola “hasta que aguante”.
Con los subwoofers activos la cosa cambia… pero no hay barra libre
En los subwoofers activos el riesgo para el resto del equipo es menor porque tienen su propio amplificador. Pero eso no significa que se puedan ignorar las señales. Si un subwoofer empieza a hacer golpes metálicos, se está dañando a sí mismo, y si se sigue usando así, también puede acabar fallando su amplificación interna.
Aquí la mejor decisión suele ser parar a tiempo, valorar reparación o directamente sustituirlo.
En definitiva, saber escuchar a tu altavoz es clave. No todo ruido es una avería, pero hay señales que no deberías ignorar jamás. Si actúas a tiempo te ahorras disgustos, dinero y, sobre todo, que una tontería acabe convirtiéndose en un problema gordo dentro de tu equipo de sonido.




