Nunca lo he contado, pero durante años fui un enamorado de los plasmas. Y no de cualquiera, no. Tuve un Pioneer Kuro, uno de los últimos que salieron, y todavía hoy, varios años después, lo recuerdo con una mezcla de nostalgia y orgullo. Era grande, pesaba como un piano y no tenía ni una app. Pero cada vez que ponía Blade Runner o El Padrino, la imagen me abrazaba con una calidez y un negro que ni los LCD soñaban. No tenía el brillo de los modelos actuales, claro, pero su movimiento y ese look orgánico eran puro cine.
Pasó el tiempo, y el OLED llegó para quedarse. Nos trajo el negro perfecto, los paneles finísimos y una calidad de imagen que ha ido subiendo como la espuma. Pero a muchos nos quedó la espinita: ¿y si Pioneer no hubiera abandonado la fabricación de televisores? Porque no sé si lo sabías, pero estaban trabajando en un último modelo llamado «Project Zero», que prometía resolver el talón de Aquiles de los plasmas: esa leve “contaminación” de negro causada por la precarga de las celdas. El objetivo era lograr un negro real, de cero absoluto, igual que el OLED… pero manteniendo todo lo bueno del plasma. Solo de pensarlo, me entra la melancolía.
Y aquí es donde viene la gran pregunta, esa que nos hacemos los románticos del AV: ¿habría podido un plasma como ese competir de tú a tú con los mejores OLED actuales? Mi respuesta rápida es que sí, pero en ciertas condiciones muy concretas. En una sala dedicada, con luces apagadas, viendo cine a 24p… un plasma de última generación podría haber dado muchísima guerra. Pero vamos por partes.
“Project Zero”: qué prometía y hasta dónde habría llegado un plasma moderno

Para entender por qué el plasma era especial, hay que hablar de su tecnología base. A diferencia de los LCD u OLED (que son “sample and hold” y mantienen cada fotograma fijo hasta el siguiente), el plasma funcionaba con impulsos muy breves, lo que generaba una imagen más fluida y natural. El desenfoque de movimiento era mucho menor, sin necesidad de interpolación ni BFI. Eso, para ver cine a 24 fps, era gloria pura. Además, su estructura de subpíxeles y el leve dithering generaban una textura más suave, sin esa dureza digital que a veces notamos en los paneles más modernos.
El “Project Zero” iba un paso más allá: la idea era eliminar totalmente esa precarga de las celdas que elevaba ligeramente el nivel mínimo del negro. Si lo hubieran conseguido, estaríamos hablando de un negro igual de puro que el del OLED, pero con las ventajas propias del plasma en movimiento y textura. En SDR, habría sido imbatible. ¿Os imagináis un Kuro con negro absoluto real? Yo firmaba ya.
Pero claro, no todo iban a ser luces (nunca mejor dicho). El gran problema del plasma era y seguiría siendo el brillo. Aunque se mejoraran los fósforos y la electrónica, llegar a 1.000 o 1.500 nits es casi imposible. Un HDR contenido, de 300–400 nits, probablemente sí se podría haber logrado… pero no sin consecuencias: más calor, más consumo y necesidad de ventiladores. El plasma no estaba hecho para brillar como una linterna, sino para ofrecer una imagen natural y matizada en entornos oscuros.

Y ahí es donde se habría quedado su nicho: una tele de ensueño para salas dedicadas y amantes del cine, no para competir en el salón de casa con luz natural, consolas y apps. Pero ojo, en movimiento seguiría sacando pecho. Porque aunque el OLED de 2025 ha mejorado una barbaridad (con BFI 120 Hz, interpolación avanzada, etc.), el sample-and-hold sigue presente, y si no activas la BFI, tienes un desenfoque de base que no todo el mundo tolera. En ese aspecto, un plasma “Project Zero” podría seguir compitiendo hoy.
En cuanto a color y “calidez”, otra de sus señas de identidad, el plasma tenía una forma especial de representar los tonos oscuros y las pieles. Eso no era casualidad: tenía que ver con cómo se encendían los fósforos y cómo gestionaba los niveles bajos de luminancia. El resultado era una imagen menos “cristalina” que los OLED modernos, pero más suave y natural en muchas escenas. ¿Ha mejorado el OLED en esto? Muchísimo, sin duda. Pero la huella del plasma era muy difícil de imitar.
También hay que hablar de uniformidad. El plasma no tenía clouding, ni blooming, ni fugas de luz. Lo que sí tenía era una pantalla de cristal que reflejaba como un espejo, y un cuerpo bastante más voluminoso que los televisores actuales. Así que sí, en uniformidad seguía siendo top, pero en diseño, peso y eficiencia energética, no tenía nada que hacer hoy en día. La UE directamente se lo habría cargado con las nuevas normativas.
¿Y para gaming? Aquí ya lo tendría crudo. Aunque pudieran meterle HDMI 2.1, VRR, ALLM y demás, el riesgo de retención y quemado sería muy alto, y el consumo demasiado elevado para sesiones largas de juego. Un plasma moderno no sería la tele todoterreno que el consumidor actual espera, sino una pieza de alta fidelidad para cine puro y duro.
Un plasma moderno sería una joya para románticos del cine

En resumen: el “Project Zero” pudo haber sido el canto del cisne más glorioso del plasma. Un modelo con negro perfecto, movimiento impecable y esa textura cálida que enamoraba. Pero solo habría brillado (nunca mejor dicho) en un entorno muy concreto: sala dedicada, contenido SDR o HDR suave y sin prisas. No habría sido para todos, y quizá por eso nunca llegó a fabricarse. El mercado ya había cambiado: apps, diseño ultrafino, eficiencia y brillo a lo bestia. El OLED, con sus ventajas y también sus compromisos, era el futuro.
Ahora bien, si algún día alguien resucita esa idea y fabrica un plasma 4K con negro cero y buena luminosidad para cine… que cuenten conmigo. Yo estaré el primero en la fila, con el corazón en la mano y la VISA en la otra, dispuesto a volver a vivir esa magia que solo los Kuro sabían dar.




