¿Os acordáis de cuando escuchar música era casi un ritual sagrado? Me lo contaba mi tío el otro día, que vivió esa época con todo el equipazo montado en el salón. Me decía que no había nada como llegar a casa, ponerse cómodo en el sofá, encender el ampli, bajar un poco las luces y sacar con cuidado ese disco nuevo que tanto esperabas. Nada de multitarea ni de poner música de fondo mientras haces otras cosas. Era tu rato, tu momento, tu ceremonia musical.
Y justo ahí, en esos años mágicos entre finales de los 90 y los primeros 2000 —cuando yo aún ni había nacido, que soy del 99—, nacieron dos formatos que prometían revolucionar el sonido en casa: el SACD y el DVD-Audio. Lo vivían como una auténtica guerra audiófila. Dos bandos, dos promesas de alta fidelidad… y mucho postureo Hi-Fi, claro.
Por entonces, el CD ya se les empezaba a quedar corto a los que tenían buen equipo. Mi tío me contaba que él y muchos otros se habían dejado una pasta en altavoces, amplis, DACs… y sentían que podían sacar más partido a todo eso. Querían más detalle, más rango dinámico, más calidad. Y fue entonces cuando aparecieron los dos aspirantes al trono del sonido premium casero: por un lado, el SACD de Sony y Philips. Por el otro, el DVD-Audio, respaldado por Toshiba y Warner. Cada uno con sus ventajas… y también con su buena ración de problemas.
Y aunque yo no lo viví en directo, mi tío siempre recuerda con una sonrisa el día que se puso por primera vez el «Dark Side of the Moon» en SACD. Dice que era como si los instrumentos flotaran en el aire. Más tarde, se hizo con el American Idiot en DVD-Audio, con sonido multicanal que te rodeaba por todos lados. “Era como tener a Green Day tocando en el salón”, me decía. En ese momento, realmente sentías que estabas ante el futuro del audio. Lo que nadie imaginaba era que, unos años más tarde, esa batalla se la llevaría por delante el streaming… y casi sin hacer ruido.
SACD y DVD-Audio: dos pedazo de ideas que llegaron antes de tiempo
El SACD, o Super Audio CD, fue el intento de Sony y Philips de ir un paso más allá del CD. En vez de usar el típico PCM que llevaban los CDs, apostaron por un sistema distinto llamado DSD (Direct Stream Digital), que para entendernos, intentaba digitalizar el sonido de una forma mucho más parecida al original analógico. ¿Qué ganabas con eso? Pues más rango dinámico, menos ruido de fondo y un sonido más limpio. Y encima muchos discos venían en formato híbrido, o sea, que los podías poner también en reproductores de CD normales. Todo ventajas… sobre el papel.
Por su parte, el DVD-Audio jugaba otra carta: aprovechaba la capacidad de los DVDs (que ya usábamos para pelis) para meter audio en alta resolución, tanto en estéreo como en 5.1. Y ojo, que hablamos de hasta 24 bits y 192 kHz, una burrada para la época. Además, traía cosas chulas como vídeos extra, menús interactivos o letras de las canciones en pantalla. Vamos, que era un formato pensado para el fanático musical con ganas de toquetear.
Entonces… ¿por qué no funcionaron? Pues porque lo pusieron todo muy difícil al usuario de a pie. Que si necesitabas un reproductor específico, que si unos discos valían un riñón, que si tu ampli no tenía entradas compatibles… Y encima, cada discográfica se fue por su lado: Sony con SACD, Warner con DVD-Audio. Resultado: el usuario medio no sabía qué demonios comprar, y muchos directamente pasaron del tema.
Y justo cuando se empezaban a asentar… llegó el streaming. Empezó el boom de iTunes, luego Spotify, y más tarde plataformas con calidad Hi-Res como Tidal o Qobuz. ¿Resultado? Pues que la mayoría acabamos tirando por lo fácil y cómodo. Darle al play en el móvil y listo. Y estos dos formatos tan prometedores acabaron cayendo en el olvido, casi sin darnos cuenta.
A día de hoy: reliquias sonoras para nostálgicos (y algún loco del Hi-Fi)
Aunque ya no se hable de ellos, el SACD y el DVD-Audio no están del todo muertos. De hecho, si te das una vuelta por Japón, verás que todavía salen títulos nuevos en SACD. Y marcas como Marantz, Denon o Yamaha siguen sacando reproductores compatibles para los más audiófilos. No es que estén en el escaparate de MediaMarkt, pero si los buscas, los encuentras.
Y lo más curioso es que ahora hay un pequeño renacimiento entre los coleccionistas, sobre todo con algunos títulos que ya no se fabrican. Hay ediciones de Kind of Blue de Miles Davis o Brothers in Arms de Dire Straits que se pagan carísimas. Igual que algunas joyas de DVD-Audio como el Hotel California o el Machine Head de Deep Purple en 5.1. Lo que antes nadie quería, ahora es oro puro para los más frikis.
Yo, cuando tengo un rato tranquilo, todavía me pongo alguno de esos discos con el equipo de mi tío. Y te digo la verdad: suena de escándalo. No sé si es por la calidad del formato, por el mimo con el que se grabaron, o porque simplemente me dejo llevar por la nostalgia. Pero la sensación de estar escuchando música como si la banda estuviera delante de ti… eso no te lo da ninguna playlist de Spotify.
Una guerra sin ganador, pero con historia
Ni el SACD ni el DVD-Audio lograron ganar la batalla. Pero eso no significa que no merecieran la pena. Fueron dos intentos muy serios de mejorar la calidad del sonido para el gran público, que acabaron eclipsados por la comodidad del MP3 primero, y del streaming después. Pero su legado sigue ahí, y para muchos, representan una época en la que se escuchaba música de verdad.
Así que si tienes por casa algún reproductor compatible, no lo vendas en Wallapop todavía. Y si te cruzas con algún disco de estos en una tienda de segunda mano, hazte un favor y cómpralo. Porque al final, escuchar música no debería ser solo poner algo de fondo. De vez en cuando, está bien parar, poner un disco, y dejarte llevar.
Y oye, quién sabe… igual un día vuelve la moda del SACD, como ha pasado con los vinilos. Aquí todo vuelve. Y mientras tanto, nosotros lo seguimos disfrutando como siempre: con el ampli encendido, una copa de vino, y los altavoces haciendo magia.